Trastorno del Procesamiento Sensorial

La integración sensorial es la capacidad del sistema nervioso para interpretar la información percibida por los sentidos y generar respuestas inmediatas y acordes a los estímulos recibidos. De esta manera, cuando existe un Trastorno del Procesamiento Sensorial (TPS) el niño tendrá dificultades para identificar e integrar los estímulos auditivos, visuales, táctiles, gustativos, olfativos, propioceptivos y vestibulares recibidos, lo cual condicionará también su conducta y en muchos casos limitará su interacción con el medio que lo rodea.

La teoría de la integración sensorial la describe la misma como un proceso neurológico que organiza e integra la información sensorial recibida tanto a nivel interno (a partir de nuestro propio cuerpo) como a nivel externo (a partir de los sentidos. Esta teoría fue desarrollada en la década de los 60 por la terapeuta ocupacional Anna Jean Ayres, y está basada en la idea de que las habilidades perceptivas y motoras del niño se relacionan directamente con el comportamiento del mismo. Ayres, a través de la observación de niños que presentaban alteraciones en su desarrollo, aprendizaje e incluso en el área emocional establece que “cuantas más experiencias sensoriales de calidad tengo o recibo de mi entorno y de mi cuerpo, más aprendo de estos y por tanto mejor me relaciono con ambos; cuantas menos experiencias o más negativas tengo o recibo, menos conozco de mi cuerpo y entorno, y por tanto más dificultades tengo para interrelacionarse con los mismos”.

El TPS suele afectar a niños con TEA (Trastorno del Espectro Autista) y TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo) a nivel de alteración de la capacidad de modulación sensorial, de la discriminación sensorial y presencia de dispraxia.

La disfunción de la modulación sensorial es la incapacidad para regular las respuestas a la estimulación cotidiana (sonidos, texturas, gustos…). Los estímulos son recibidos por el niño con muy alta (hipersensibilidad) o muy baja intensidad (hiposensibilidad), lo cual provoca en el primer caso un rechazo a determinados estímulos que se perciben como amenazantes y, en el segundo, una búsqueda y necesidad de estímulos más intensos.

La disfunción de la discriminación sensorial es la dificultad para diferenciar la información sensorial recibida, de manera que el niño no siempre comprende las experiencias sensoriales que a percibe a través de los sentidos.

La dispraxia hace referencia a la dificultad para planificar y ejecutar actos motores, sin que exista un trastorno neurológico que la explique. Los niños con TEA suelen presentar grandes dificultades a nivel de psicomotridad fina y gruesa.

La detección e intervención del TPS supone grandes progresos para el infante que se traducen en adquisición de aprendizajes, aumento de la autonomía personal y reducción de la ansiedad -y por tanto de los conflictos y problemas de conducta asociados.

¿Cuáles son las características que suelen presentar los niños con un Trastorno del Procesamiento Sensorial?
 De 0 a 36 meses:
-Alteraciones en la alimentación o el sueño.
-Incomodidad con la ropa: se muestra irritable cuando lo visten.
-Poco interés por jugar con juguetes.
-Resistencia a ser llevado en brazos: curva la espalda cuando lo alzan.
-Torpeza y lentitud motriz.

De 3 a 5 años:
-Gran sensibilidad al tacto, ruidos, olores u otras sensaciones.
-Poca capacidad de atención y concentración: se distrae con facilidad.
-Excesiva actividad motora: tiene dificultades para permanecer quieto durante un corto periodo de tiempo.
-En ocasiones se muestra irritable, agresivo.
-Alteraciones en la alimentación y el sueño.
-Dificultad para consolidar metas de autonomía personal acordes a su edad (vestirse solo, controlar esfínteres, cepillarse los dientes, etc.).
-Dificultad para relacionarse con los demás.
-Deficientes habilidades motoras y baja tonicidad corporal.
-Resistencia al cambio de actividades, rutinas, personas.

De 5 a 12 años:
-Gran sensibilidad al tacto, ruidos, olores u otras sensaciones.
-Poca capacidad de atención y concentración: se distrae con facilidad.
-Excesiva actividad motora: tiene dificultades para permanecer quieto durante un corto periodo de tiempo.
-En ocasiones se muestra irritable, agresivo.
-Se muestra angustiado ante una sobrecarga de estímulos.
-Deficiente habilidad en la motricidad fina, lo cual le dificultad aprender a escribir.
-Dificultad para hacer amigos.
-Insensibilidad al propio dolor y al de los demás.

Adolescencia y Adultez:
-Gran sensibilidad al tacto, ruidos, olores u otras sensaciones y al contacto con otras personas.
-Baja autoestima e inseguridad a la hora de iniciar nuevas actividades y relaciones sociales.
-Lentitud y torpeza motriz.
-Impulsividad y baja capacidad atencional.

Como ya hemos dicho antes, podemos clasificar a los individuos que presentan TPS en dos grandes grupos: los hipersensibles y los hiposensibles. No obstante, es posible encontrar variaciones en cada modalidad sensorial; de forma que un niño puede ser, por ejemplo, hipersensible a los estímulos auditivos mientras que es hiposensible a los táctiles.

Los hipersensibles: es decir, cuando una mínima estimulación basta para ser cargante y atemorizante para el niño.

Hipersensibilidad táctil: el niño evitará el contacto con ciertos objetos, sentirá rechazo por determinadas texturas. Evitará el uso de las manos y la boca para explorar. En ocasiones caminará de puntillas para evitar el contacto de los pies descalzos con la superficie que pisa. Presentará una reacción de cosquilleo exagerada cuando es tocado y cierta irritabilidad en las rutinas del baño, del vestido o ante el contacto físico con otras personas.

Hipersensibilidad gustativa y olfativa: el niño se muestra muy sensible a las diferentes texturas y temperaturas de la comida, de manera que rechaza probar nuevos alimentos, sobre todo sólidos. Muestra reacciones a los diferentes olores del ambiente.

Hipersensibilidad visual: el niño se sobreexcita ante una sobrecarga estímulos visuales, evita la mirada y muestra parpadeo constante. Se muestra muy sensible al sol o a la luz brillante.

Hipersensibilidad auditiva: el niño se muestra muy sensible a los estímulos auditivos intensos, llegando a taparse los oídos con las manos o a hacer voces y ruidos para dejar de oírlos.

Hipersensibilidad vestibular: el niño se muestra reacio a los movimientos fuertes o inesperados. Le generan cierta ansiedad, se siente inseguro cuando nota que pierde el equilibrio. Prefiere el contacto con el suelo, no le gusta subir, deslizarse o girar. Se marea con facilidad.

Los hiposensibles: es decir, cuando se requiere de estímulos de gran intensidad para que lleguen a ser percibidos y generen una reacción en el niño.

Hiposensibilidad táctil: el niño se mostrará insensible al dolor, la temperatura y las sensaciones al contacto con los objetos. Busca estimulaciones intensas, llevándose constantemente los objetos a la boca, masticando objetos no comestibles, chocándose contra los muebles o paredes.

Hiposensibilidad gustativa y olfativa: el niño no muestra reacción ante olores llamativamente desagradables. Le gusta lamer o probar objetos no comestibles. Se siente atraído por olores y sabores intensos como el amargo como el picante.

Hiposensibilidad visual: el niño presenta deficiente coordinación óculo-manual, aunque es capaz de ver necesita tocar para percibir los objetos. Pasa de largo ante señales visuales de objetos o personas del ambiente.

Hiposensibilidad auditiva: el niño presenta dificultades para seguir instrucciones verbales, prefiere los sonidos en volume alto, no se orienta siguiendo ciertos sonidos  ni responde a los mismos.

Hiposensibilidad vestibular: le gustan los movimientos y giros rápidos. No muestra miedo o inseguridad ante la pérdida del equilibrio o sensación de caída libre. Busca experiencias motrices intensas.

Alteraciones a nivel propioceptivo: el niño se muestra tenso, rígido, poco coordinado motrizmente. Evita actividades que requieran esfuerzo y coordinación motora. Suele tropezar, caer, ser poco hábil en sus movimientos.

¿Qué hacer para favorecer la capacidad de procesamiento sensorial del infante?
La figura del terapeuta ocupacional es la más idónea para dar respuesta de manera integral a las necesidades de los niños con TPS. A través de un tratamiento sensorial integrativo el terapeuta facilitará experiencias de tipo motriz, táctil, visual, auditivas y gustativas, trabajará en coordinación con la familia, maestros y otros profesionales relacionados con el niño con el objetivo de mejorar las habilidades motoras, el autocontrol, la conciencia del propio cuerpo, la autonomía personal, la seguridad y autoestima y las habilidades sociales.

Con el siguiente vídeo podremos hacernos una idea de la sobrecarga sensorial que en muchos casos implican las dificultades de procesamiento sensorial. Si bien la animación dibuja una realidad extrema y significativamente más intensa de la habitual, es cierto que en ocasiones, por breves periodos de tiempo, realmente los individuos con TPS llegan a experimentar estás sensaciones de agobio, confusión y ansiedad al verse rodeados de estímulos que no comprenden o que reciben como demasiado intensos o inquietantes.

Sobrecarga Sensorial

Si su hijo encaja con el perfil antes descrito consultar con un profesional para que éste realice la evaluación y diagnóstico correspondientes y determine el tipo de intervención más adecuado.

Referencias:
Ayres, J. (2006). La integración sensorial y el niño. Sevilla: Editorial Trillas.

Beaudry, I. Un trastorno en el procesamiento sensorial es frecuentemente la causa de problemas de aprendizaje, conducta y coordinación motriz en los niños. Boletín pediátrico. 2006; 46: 200-203.

Conferencia de Daniel Comín Los desórdenes sensoriales en la alimentación de las personas con TEA alimentación de las personas con TEA en 3ª Jornada Formativa sobre Desórdenes Sensoriales en los Trastornos del Espectro del Autismo.