La Ira

La ira es una emoción tan natural y sana como cualquier otra siempre que la canalicemos de forma positiva y enriquecedora.
Frente a situaciones que nos parecen injustas o que nos decepcionan es normal sentir enfado, así como es normal, e incluso necesario, exteriorizarlo mostrando nuestra disconformidad con aquello que nos ha molestado. Lo importante es saber cómo hacerlo.
Tendríamos que ser capaces de expresar nuestro enfado, decepción, disconformidad u oposición de manera asertiva, es decir, defendiendo nuestro parecer sin atropellar, ofender o menospreciar al otro. Por lo tanto, el enojo nunca debería ser igual a violencia, ésta es la forma más perjudicial y por tanto menos recomendable de expresar la ira, ya que su único objetivo es lastimar al otro. El enfado desmedido nos puede hacer pensar que “hacer pagar” al otro su ofensa o error es lo que necesitamos como desagravio, sin embargo ello sólo consigue agravar más la situación la mayor parte de las veces y olvidamos que lo único que realmente nos puede hacer sentir mejor es poder expresar aquello que nos molesta y queremos que cambie y sentirnos confiados de que no se repetirá más.
Ante una situación en la que nos sentimos injustamente tratados, ofendidos o agredidos, la primera emoción que experimentamos es la frustración. De la frustración pasamos a la rabia, la cual, si nos dejamos llevar por nuestros primeros impulsos, puede llevarnos a responder de manera violenta e irracional.
Entonces, ¿cómo hacer para no dejarnos llevar por los impulsos irracionales de la ira?
Lo primero que tenemos que tener presente es que la ira se va incrementando gradualmente, por lo tanto, si estamos atentos a las señales podemos intervenir para parar antes de “explotar” y de esta manera evitar arrepentirnos después de haber dicho cosas que no queríamos decir, haber hecho cosas que no debíamos, haber descargado nuestra rabia con quien no lo merecía...
Es importante conocernos, ser conscientes de nuestros límites y aprender a autoimponernos frenar cuando es necesario.
También es necesario aprender a ser tolerantes, ser capaces de analizar las situaciones poniéndonos en el lugar del otro y admitiendo que todos nos equivocamos a veces sin intención de perjudicar a los demás.
El estrés y las presiones cotidianas también hacen que respondamos de manera exagerada frente a situaciones anodinas que no ameritan ser causa de un enfado. En este sentido, es muy importante aprender a separar lo laboral de lo personal para evitar sumar conflictos innecesarios al enfado que ya teníamos previamente. Si hay algo que nos preocupa o nos impide estar de buen humor es mejor avisar a los que nos rodean de que “no tenemos un buen día” y tomarnos el espacio que necesitamos para serenarnos y resolverlo donde y con quien corresponde.
Del mismo modo, también es importante separar las frustraciones propias de los desacuerdos o conflictos que podamos tener con los otros, puesto que si no sabemos identificar de donde proviene verdaderamente nuestro enojo no podremos dar solución al mismo.
Por lo tanto, frente a una situación que nos enfada es importante aprender a:
-Analizar la situación y no dejarnos llevar por ideas preconcebidas: preguntarnos ¿qué ha pasado?, ¿por qué ha podido suceder?, ¿se podría haber resuelto de otra manera?, ¿me podría haber pasado a mí?
-Reconocer nuestra parte de responsabilidad, si la hubiera. Y evitar tomarnos las cosas como un ataque personal.
-Elegir un momento y un lugar adecuado para exponer nuestro disgusto.
-Gestionar la emoción de enfado de manera positiva: expresando lo que nos ha molestado sin ofender al otro, haciendo del conflicto una oportunidad para comunicar al otro lo que necesito, lo que me gustaría, lo que espero; aprendiendo de la situación para intentar evitar que se repita dicha situación.
-Escoger las “batallas” que realmente vale la pena librar, es decir, evitar conflictos y enfados desmesurados por cuestiones irrelevantes.