La
Autoestima es la valoración que hacemos de nosotros mismos. Es decir, a partir
del autoconcepto que tenemos de quiénes somos nos sentiremos más o menos
satisfechos con nosotros mismos.
En la conformación de la autoestima, influyen
factores personales (la imagen corporal, las habilidades físicas,
intelectuales, artísticas y sociales), factores interpersonales (el concepto
que percibimos tienen de nosotros nuestros padres, hermanos, maestros,
amigos, etc.) y factores sociales (los valores culturales y creencias presentes
en la sociedad en la que crecemos).
De
esta manera, según los estándares del medio en el que nos desarrollamos,
nuestras experiencias interpersonales y nuestra autopercepción y nivel de
autoexigencia desarrollaremos una baja o alta autoestima, la cual condicionará
a su vez nuestra manera de comportarnos
y relacionarnos con nuestro entorno.
La
autoestima, se empieza a forjar en las primeras etapas del desarrollo,
dependiendo directamente de la vinculación emocional con los padres y adultos referentes. En este sentido,
para garantizar un desarrollo integral, los niños deberán ser atendidos no sólo
a nivel fisiológico sino también emocional. No obstante, no es sino a partir de
los 5-6 años cuando se empieza a formar un concepto de cómo nos ven los demás
(padres, maestros, compañeros...).
Cuando
un niño tiene buena autoestima se ve a sí mismo valioso y capaz. De esta manera, se relaciona y comunica con seguridad
con los demás, disfruta de las experiencias sociales, no se siente mal al no
saber algo y tener que pedir ayuda y asume los aprendizajes y responsabilidades
con buena disposición y agrado. Un niño con baja autoestima, en cambio, no se
siente seguro de sí mismo, lo cual hace que se muestre tímido, desmotivado y en
ocasiones agresivo o desafiante. Dichas conductas aumentan aún más la distancia
con los demás y las valoraciones negativas de los otros hacia él, de manera que
su autoestima queda aún más resentida.
El
siguiente cuadro muestra de forma muy clara cuáles suelen ser las conductas
asociadas a una alta/baja autoestima.
Ahora
bien, ¿qué podemos hacer para fortalecer la autoestima de nuestros hijos?
-Evitar
hacer comparaciones entre hermanos, dado que en toda comparación siempre alguno
de ellos saldrá perdiendo. Los niños deben aprender a mejorar sus dificultades
teniendo como motivación superarse a sí mismos y no midiéndose con alguien más.
-No
culpabilizarlos ante errores o conductas inadecuadas. Corregirlos haciéndoles
saber cuáles son las conductas que esperamos de ellos.
-No
ridiculizarlos jamás, menos aún delante de extraños.
-Felicitarlos
verbalmente cuando hacen las cosas bien, valorando el esfuerzo por encima del
logro.
-Asignarles
pequeñas, tareas o responsabilidades en casa, que supongan para ellos un cierto
reto que los haga sentirse satisfechos consigo mismos al conquistar trocitos de
autonomía.
-No
exigirles cosas que aún no estén capacitados para hacer.
-Frente a nuevos aprendizajes, ofrecerles la ayuda necesaria e ir disminuyendo la misma
para favorecer la autonomía del niño.
-Permitirles
que vayan haciendo pequeñas elecciones en el día a día entre dos o tres
opciones determinadas por vosotros (elegir que camiseta me pongo hoy, que
quiero de postre, etc.).
-Enseñarles
a no temer o tener vergüenza de pedir ayudar cuando la necesiten.
-No
desestimar sus opiniones o ideas sin más. Escucharlos y explicarles según sea
el caso si se puede o no hacer lo que piden. Se trata de que los niños perciban
que su opinión también se tiene en cuenta aunque al final se haga lo que
decidan los adultos.
-Contestar
a sus preguntas, adecuando la profundidad y el detalle de la respuesta a la
edad y capacidad de comprensión del niño.
-Jugar
y realizar actividades con ellos y aprovechar las experiencias positivas que se
deriven del mismo para potenciar la confianza de nuestros niños en sus
capacidades/habilidades.
-Fomentar
sus intereses y habilidades.
-Fomentar
el contacto y las relaciones positivas con otros miembros de la familia.
-Acariciarlos,
abrazarlos, besarlos, decirles que los queremos. La próximidad física es
fundamental para afianzar el vínculo afectivo y crear seres humanos sensibles
que disfruten relacionándose con los demás.
No
debemos olvidar que la manera más directa de educar a nuestros hijos es a
través del ejemplo, por tanto nuestro discurso debe procurar ir al compás de
nuestros actos. Si intentamos enseñarles a ser positivos, a intentar mejorar
pero sin sucumbir a la autoexigencia, a disfrutar de las experiencias más allá
de los resultados, deberíamos plantearnos intentar vivir nosotros también de la
misma manera...su autoestima -y la nuestra- nos lo agradecerán!